Te leo, Minaya, y mi cada vez más recóndito ser intelectual sufre de envidia. ¡Hart Hartley! En fin, que me conformo con ver "El sabor de la sandía", una peli que habla precisamente de la muerte del cine (y, por extensión para muchos, de la vida: it's the end of the world as we know it ), del deseo, del amor, de la comunicación, de un montón de cosas, demostrando a la vez que de la muerte, que de un mundo al que a sólo le restan el mercado y la pornografía (y no me refiero a la sexual), puede salir algo que merece la pena, algo nuevo, diferente y moderno (perdón, no pude evitar la cita-chascarrillo) como esta peli que seguro desagradará a los amantes de los clásicos.

En fin, que iba a contar que, últimamente, desde que curro en el mundo femenino, me paso de evento fashion en evento fashion, y tiro porque me toca. Eso tiene su lado positivo, como que te abran la puerta de los mercadillos de las marcas donde se compra a menos de la mitad de precio: ya sé dónde se visten, calzan y demás las famosas, estilistas y directoras de revistas pijas.  Y su lado negativo, como ver lo divas y divinas que son las modistillas nacionales. El otro día tuve una experiencia paranormal. Fui a una fiesta en la que pinchaba Vaquerizo y estaba allí, claro, entre Delfines, Locking Shockings y demás, Alaska. Aluciné con su personaje: una falsa de tomo y lomo sonriendo a la gente de pasta de la marca organizadora. Lo bueno es que, al llegar a casa, me la volví a encontrar en la tele. Reponían La Edad de Oro, y allí estaba ella, veinte años antes, intentando esconder su timidez bajo un flequillo cardado que le tapaba la mitad de la cara, y huyendo del escenario nada más terminar su último estribillo. ¿Es posible cambiar tanto? No sé si eso me produce tristeza o esperanza...